Los primeros pasos: la Prehistoria

No es fácil encontrar la fecha precisa del origen de este pueblo, aunque sí vestigios de pobladores de la zona que ya en época paleolítica dejaron testimonios de sus actividades de caza y pastoreo en los abrigos de pizarra y cuarcita que salpican el entorno. Los grabados del cerro de San Isidro en Domingo García y de otros lugares de los alrededores nos informan de la presencia de pequeñas poblaciones que posteriormente se agruparían para desarrollar labores de cultivo y ganadería en las zonas limítrofes a los cursos de agua, como es el caso de Costanzana y posteriormente el entorno del cerro del Castillo, parajes ambos por donde discurre el río Eresma.

Si bien los testimonios de estos poblados comienzan a despertar el interés de los estudiosos, todavía queda mucho por saber de estas primeras etapas de los asentamientos en el entorno de Bernardos. De lo que más se sabe es de la población del cerro del Castillo, dentro de los muros de defensa que durante el Bajo Imperio Romano se erigieron para proteger la población del entorno en un periodo de gran inestabilidad. La situación del cerro y su buena condición defensiva facilitó la continuidad del asentamiento hasta la época de la invasión musulmana.

Edad Media

Aunque todo hace suponer que el lugar conocido inicialmente como Vernaldos fue un efecto de la repoblación cristiana que tuvo lugar en torno al S. XII, carecemos de noticias precisas del mismo, aunque nos consta que por la misma época la zona de Constanzana tenía una cierta importancia, a tenor de lo que nos dicen los documentos de la Catedral de Segovia. El Vernaldos medieval pasó a formar parte como aldea de la Comunidad de Ciudad y Tierra de Segovia, en el sexmo de Santa Eulalia. Su término municipal, bastante restringido en sus orígenes, tuvo un inusual crecimiento cuando a raíz de la crisis bajomedieval, varios lugares del entorno, como Constanzana o Valverde se despoblaron y pasaron a formar parte de Bernardos durante la segunda mitad del S. XV, como zonas de cultivo y pasto, a través de censos que firmó el concejo con los señores propietarios de los mismos: el cabildo de la Catedral de Segovia y la familia Arias Dávila, dando origen a una de las instituciones agrarias más arraigadas en el pueblo: los fetosines.

Edad Moderna

Siglo XVI

Esta agregación y el crecimiento de la población, que pasa de los 386 habitantes en 1531 a 538 en 1591, impulsaron la economía del lugar. Aunque la agricultura cerealista, el viñedo y el pastoreo del ganado eran las bases de la actividad local, el curso del Eresma impulsó desde tiempo atrás la construcción de molinos y batanes para aprovechar la energía hidráulica, circunstancia que favoreció desde temprano actividades como la molienda de cereales y la artesanía textil. A mediados del S. XVI ya se da cuenta de que en la población, aparte de cereal, viñedo y ganado ovino hay gente que hace paños bastos. Otra fuente de aprovechamiento eran los recursos forestales del monte de encina y el pinar. Y una circunstancia especial vendría a añadirse a los rasgos característicos del lugar: en 1559 con motivo de la renovación de las obras reales llevada a cabo a instancias de Felipe II el subsuelo pizarroso de Bernardos que tradicionalmente se aprovechaba para hacer los muros de las casas y las cercas comenzó a ser explotado para obtener un material más elaborado con el fin de cubrir los tejados de los edificios reales, mediante técnicas que fueron incorporadas con llegada de trabajadores franceses y flamencos. Todo ello condujo durante estas fechas a una fase de esplendor que se refleja por ejemplo en la actual iglesia parroquial, que se construyó durante el último cuarto de S. XVI, con un estilo que mezcla el gótico tardío con elementos clásicos, sustituyendo a la antigua iglesia románica.

Siglos XVII y XVIII

Estas bases económicas han marcado la historia de Bernardos durante siglos. La importancia del pueblo se observa en las listas de la Comunidad de Ciudad y Tierra de Segovia como uno de los contribuyentes más importantes para las obras colectivas, como la construcción o reparación de puentes y los servicios a la Corona. Buena parte del S. XVII fue un periodo, como en muchas zonas de Castilla, dominado por un fuerte estancamiento de su población, pero a partir del último tercio del siglo y durante el S. XVIII tiene lugar una nueva fase de crecimiento. A mediados de siglo se contabilizaban 214 vecinos, que hacían unos 850 habitantes y a fines del mismo se alcanzaron 1.500. Las bases agrícolas y ganaderas se reforzaron con una pujante industria textil de pañería basta de lana que se elaboraba en decenas de telares. En el curso del Eresma el término de Bernardos albergaba siete molinos y dos batanes, que permitían añadir labores adicionales y aumentar la fuerza de trabajo. La aparición de la imagen de la virgen del Castillo en 1728 añadió un elemento distintivo para la religiosidad de los habitantes, que tendrán un nuevo motivo de vinculación con el histórico lugar del cerro.

Siglo XIX

La industria pañera se convirtió en un soporte esencial del dinamismo de Bernardos durante todo el S. XIX. La nueva estructura jurídica liberal arrincona los viejos límites jurisdiccionales, con una nueva división provincial en 1834 que anula buena parte de las competencias que tenían las comunidades históricas de ciudad y tierra. Los bienes de la iglesia y del municipio se irán poniendo a la venta en los distintos procesos desamortizadores, que dan un mayor impulso a la propiedad privada. Los propietarios de telares vieron las oportunidades de la comercialización y de la formación de sociedades para aprovechar los nuevos medios técnicos. Las instalaciones se fueron renovando lo que permitió asentar el crecimiento, que produjo unos efectos de diversificación de actividades en el lugar. Numerosos jornaleros empleados en labores artesanales y en faenas agrarias complementaban el trabajo de agricultores, empresarios textiles y propietarios de tiendas y talleres diversos. Bernardos es un pueblo en estos momentos con un perfil industrial, muy diferente del de la mayor parte de Castilla, predominantemente agrario. Este dinamismo se observa en el crecimiento de la población. A mediados del S. XIX Bernardos tenía más de 130 nacimientos anuales. La estructura urbana crecía con la misma rapidez, edificándose numerosas casas y orientando al pueblo hacia lo que actualmente conocemos como la plaza Mayor. Este progreso lleva en los años 80 a solicitar, con fines de prestigio, el título de villa, adoptando un escudo donde se reflejan elementos claves de la historia del lugar: el castillo, la hilandera y las carboneras en relación con el aprovechamiento del monte.

El siglo XX

El crecimiento no se interrumpió a comienzos del S. XX. El río Eresma siguió marcando uno de los principales elementos de renovación técnica. A los molinos, batanes y lavaderos de su cauce se añade ahora un nuevo elemento: la generación de energía eléctrica, que permite enviar al pueblo un potencial que será aprovechado en las fábricas y otros edificios. El pueblo se diversifica y se enriquece, aunque con desigualdades crecientes entre los propietarios y jornaleros, circunstancia que se observa en los diferentes niveles de vida de la población. Las circunstancias dramáticas de la guerra civil y la inmediata posguerra muestran en Bernardos las terribles heridas de una tragedia que sufrirán numerosos vecinos, muertos o encarcelados durante años.

Entre las décadas de 1940 y 1960 el pueblo de Bernardos experimenta una serie de transformaciones paralelas al desarrollo general del país. La industria textil, incapaz de renovarse y competir, dará sus últimos pasos hasta cerrar definitivamente. Sin embargo, las canteras de pizarra sostendrán la actividad industrial, aunque insuficiente para una población sobrante que tendrá que buscar en la emigración su fuente de recursos. La agricultura también irá acoplándose a los nuevos tiempos: el arado con mulas, la trilla y otras actividades tradicionales dejarán paso a los tractores y cosechadoras, como principales elementos de la agricultura moderna en el pueblo. La ganadería se orienta hacia la cría de cerdos y pollos, desapareciendo progresivamente las mulas, los machos y reduciéndose los rebaños de ovejas. Esta fase se caracterizó por un acusado descenso de la población que todavía continúa, a pesar del dinamismo de la actividad pizarrera. La falta de ocupaciones para los jóvenes que salen del pueblo para estudiar ha sido un problema añadido, que se refleja en la falta de renovación generacional y el envejecimiento de los vecinos.